martes, 21 de diciembre de 2010

Diego ya está libre; Calderón promete castigar a los secuestradores...

Dice que su vida seguirá igual, está sano; afirma que fue muy bien tratado y pide que su caso no se afronte de modo excepcional

Andrés Becerril

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CIUDAD DE MÉXICO, 21 de diciembre.- Diego Fernández de Cevallos fue liberado ayer, tras 219 días secuestrado.
“Me encuentro bien gracias a Dios, estoy fuerte y mi vida seguirá siendo la misma”, afirmó el ex candidato presidencial panista, a las 13:30 horas, en el Distrito Federal.
El domingo pasado, Excélsior publicó que los secuestradores anunciaban el fin del plagio del político.
El también ex senador y abogado fue liberado en la madrugada al lado de una carretera. Minutos después habló con el periodista Joaquín López Dóriga, quien difundió la noticia.
Fernández de Cevallos, raptado el 14 de mayo pasado cuando llegaba a su rancho en Querétaro, afirmó ayer que él ya ha perdonado a sus secuestradores, pero que las autoridades “tienen una tarea pendiente”.
El político puntualizó que no quiere que el Estado afronte su caso de manera excepcional.
El presidente Felipe Calderón se comunicó con su correligionario y se comprometió a buscar a los responsables.
El Jefe Diego afirmó, por la noche, que fue tratado “extraordinariamente bien” en su cautiverio, que discutía con sus captores y que se comprometió con ellos a luchar por un México más justo.
Diego está “fuerte y sin miedo”
Al filo de las nueve de la mañana de ayer, 20 de diciembre de 2010, se conoció la noticia de que Diego Fernández de Cevallos había sido liberado en horas de la madrugada. No había más detalles, como en dónde lo habían dejado, cuál era su estado de salud. Nada. Solamente que su cautiverio de 219 días había terminado.
Pedro Ferriz de Con, en la primera emisión de Imagen Informativa, dio la nota y comentó que había hablado con el ex candidato presidencial panista, que estaba bien, aunque un poco afectado de la garganta; también lo hizo Joaquín López-Dóriga.
Pero hasta casi la una y media de la tarde, cuando Fernández de Cevallos llegó a su casa en Las Lomas de Chapultepec, manejando un auto Mercedes Benz color gris plata, con la barba crecida hasta el pecho, vestido con ropa deportiva y tenis, nadie sabía más que el hecho de que El Jefe Diego estaba libre.
“Aquí no va a pasar nada”
A las nueve y media de la mañana fotógrafos, camarógrafos y reporteros comenzaron a llegar a la casa del ex senador de la República, en la calle de Virreyes; el garage descubierto estaba vacío, no se veía movimiento de personas dentro.
Los representantes de los medios compartían versiones sobre dónde podría estar el panista. Unos decían que estaba en Querétaro, en la finca de donde se lo llevaron el 14 de mayo; otros que estaba en San Juan del Río, con su compadre, y unos más que estaba en el hospital Santa Teresa, ahí mismo en las Lomas.
Y mientras corrían esas y otras versiones, como que todo estaba listo en el aeropuerto de la Ciudad de México para que lo sacaran del país rumbo a Estados Unidos, a la puerta de la casa de Fernández de Cevallos, pintada de amarillo, llegó un auto, con dos hombres de seguridad de la familia, que había permanecido estacionado a un costado de otra propiedad del panista en las misma calle de Virreyes.
Los guardias pidieron a los informadores que abandonaran el lugar, “aquí no va a pasar nada”, dijeron y exigieron que se despejara la entrada de la cochera que seguía vacía. “Va a llegar aquí a toda velocidad, al estilo del Estado Mayor Presidencial, y quieren que todo este libre”, especuló un reportero.
Los hombres metieron el auto al garage en el lado opuesto a la puerta de entrada a la casa, pero minutos después lo cambiaron, acercándolo a la entrada. Intentado que nadie los viera, rápidamente metieron en la cajuela del auto negro un bulto que parecía una pequeña maleta y salieron de la casa.
El simple hecho de guardar algo en el coche, dio pie para que los informadores hicieran conjeturas, elucubraran y dejaran correr su imaginación, que en ningún caso estuvo lejos de la verdad. En esa pequeña maleta los guardias llevaban la ropa deportiva color gris, la playera azul marino y los tenis color café con que Fernández de Cevallos reapareció en público.
Aplausos por la liberación
Ninguno de los representantes de los medios que estaban en el 845 de Virreyes sabía más de lo que ya era público: que Diego Fernández había sido liberado; vecinos que vieron el movimiento en la casa de El Jefe detenían sus coches para preguntar “¿ya liberaron al licenciado?” Y al conocer la respuesta aplaudían de alegría. “¡Qué bueno!”
El tiempo pasaba y las conjeturas de los periodistas seguían: Diego va hablar con los conductores estrella de los noticiarios, en la noche, no con nosotros aquí; los reporteros de radio hablaban por teléfono celular, informando que en la casa del panista no había nada y que en todo caso se esperaba que el recientemente liberado llegara ahí de un momento a otro, pero que no había ninguna seguridad.
Barba al estilo 1988
Con pocas esperanzas de que Fernández de Cevallos llegara a su casa, los informadores empezaban a irse cuando, de pronto, un Mercedes Benz gris, con placa de circulación en la parte delantera, frenó frente al garage de la casa del panista que seguía vacío.
Entonces se oyó un grito: “¡Ahí está!” y luego otros “¡Es Diego!” Fernández de Cevallos, al volante del auto, llegaba a su casa, llevando como copiloto a su hijo y como guardias a los dos hombres que hora y media antes habían guardado una maleta en la cajuela del auto en que iban escoltando al recién liberado.
La reja eléctrica de la cochera no terminaba de abrirse cuando el auto que manejaba Fernández de Cevallos hizo alto total y el ex candidato presidencial abrió la puerta y bajó.
La barba de Diego Fernández de Cevallos se veía larguísima, como cuando era líder de la bancada del PAN en la Cámara de Diputados en 1988, pero ahora totalmente blanca. Su mirada, fija, no deja que se vea ninguna emoción, ni tristeza ni alegría, aunque quizá sí cansancio. En momentos cuando habló públicamente por primera vez en más de siete meses, sus ojos se veían cristalinos.
El abogado, acompañado de su hijo Diego, llegó vestido como nunca antes lo había visto la opinión pública: con un traje deportivo de algodón color gris, con capucha; una playera azul marino y zapatos tenis color café.
En medio de empujones, gritos y reporteros que se conectaron de inmediato a sus estaciones de radio para pasar el reporte en vivo, Fernández de Cevallos empezó a hablar públicamente por primera vez de meses:
“Solo tengo motivos para bendecir a Dios y a la Virgen, por la ayuda que me dieron durante siete meses y fracción… Segundo: gracias, tengo tantos motivos de agradecimiento a tantas personas, conocidas y desconocidas, que me veo obligado a preparar un boletín informativo para ustedes, quiero repetirlo porque para mí es de la mayor importancia, tengo tantos motivos de agradecimiento que no quiero incurrir en falta y me veo precisado a preparar un boletín para esos efectos”.
Mientras hablaba, Diego giraba el cuello mirando a todos los que lo rodeaban, como tratando de reconocer a alguien; cuando giró hacia su derecha, se apreció en la parte trasera de su oreja izquierda un punto de sangre seca.
“Quiero aprovechar su presencia en primer lugar para agradecerles a los medios de comunicación y a los periodistas en lo individual su actitud absolutamente profesional y humana, hubo mesura, hubo categoría moral, se privilegió la vida de una persona y naturalmente eso para mí representa todo”, dijo el político.
La evidente garraspera del político hizo imposible saber si en algún momento de su breve discurso ante los medios se le puedo haber quebrado la voz.
“Al agradecerles a los presentes y a los que no están, sólo quiero decirles que me encuentro bien gracias a Dios, que estoy fuerte y que mi vida seguirá siendo la misma. Por lo que se refiere a los secuestradores, por supuesto que, como hombre de fe, ya perdoné, y como ciudadano creo que las autoridades tiene una tarea pendiente, pero sin abuso, sin atropello, sin flagelaciones…”
Fernández de Cevallos seguía en medio de los informadores, protegido por su hijo y los dos guardias que le llevaron la ropa con que apareció públicamente.
“Finalmente para concluir este saludo, decirles que tengo una actitud perfectamente definida: viviré para adelante: sin miedos, sin cobardías, sin arrogancias, pero con definición y con valor, y permítanme recordar al Quijote y hacer sus palabras mías, si la memoria no me traiciona:
Mis arreos son las armas, mi descanso son las duras peñas, mi vivir siempre luchar (sic)”.
Apenas había terminado cuando una metralla de pregunta le cayó encima: ¿Vas a regresar a la política?; ¿vas a ser candidato a la presidencia?; ¿ya habló con Felipe Calderón?
El Jefe, dibujó una sonrisa y empezó a caminar en el garage de su casa, ahora lleno de gente que se arremolinaba en torno al recién liberado. Entonces detuvo su paso y soltó: “De todo corazón, gracias, dejen, como decimos los rancheros, acabar de llegar, gracias”, y siguió su paso.
“¡Senador!”, le gritaba una reportera para llamar su atención. Los guardias y su hijo luchaban con los informadores para que llegara a la casa. Y entonces Fernández de Cevallos volvió a detenerse y dijo:
“Permítame: he tenido… déjenme hacer una precisión, he sido particularmente afectuoso, cálido y agradecido con ustedes porque se lo merecen, porque no puede ser de otra manera, pero les ruego su comprensión de que esta entrevista, este encuentro, se acabó aquí y ahora, no voy a responder más preguntas”.
Diego Fernández de Cevallos se subió al tercer escalón de la entrada de su casa y ahí posó para los fotógrafos sin decir más…
Los informadores empezaban a dejar la cochera, cuando se dieron cuenta que el panista, con un ramo de rosas rojas, se volvió a meter al Mercedes Benz. Lo prendió y salió de la casa.
“¿A dónde va?”, preguntaron.
Con el ramo en el regazo, el político respondió: “con la Señora”, sin precisar más.
A unas cuantas casas de la casa amarilla donde Fernández de Cevallos habló con la prensa, lo esperaba su esposa, Liliana León, a quien entregó el ramo, y ella le correspondió con un beso, 219 días después del secuestro más largo que se conozca en México

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