martes, 4 de enero de 2011

La Navidad de un chico Down...


Ime, te mando un articulo muy bonito que escribio mi amigo guatemalteco Edgar Gutierrez:
Ana Robleda.

¿Acaso no lo podemos todo mediante el amor?
Édgar Gutiérrez
Me llamo Andrés y vivo la Navidad casi todos los días. Me parece divertida con sus luces y juguetes, pero sobre todo porque la gente se pone amorosa. Personalmente, me encargo de que el arbolito esté puesto en mi casa desde julio, y solo le permito a mis papás que lo desmonten unos días en junio.
A pesar de la Navidad permanente, mi adaptación a esta vida no ha sido fácil. Claro que de haber nacido hace 50 años pudo ser más complicada y hasta dolorosa. Los mongolitos, que así nos llaman por chinitos y de cabeza sin duda gordita y aplastada, excepcionalmente somos bienvenidos.
Los tiempos han cambiado. Encuentro a otros niños y hasta adultos Down en los centros comerciales. En mi colegio hay una chica igual que yo, pero casi no jugamos porque estamos en diferente salón; además, no tenemos tiempo. Nos entretenemos con los otros niños.
Los papás Down suelen ser amigos. Por ejemplo los dentistas de mi familia tienen una hijita Down, y entre ellos ha nacido una amistad más cercana a la complicidad. Ya son como una clase aparte, quizá porque creen que deben protegernos –y protegerse a sí mismos– de los normales e iguales.
El otro día subieron al ascensor una mamá y su niño Down, dos años mayor que yo. La empatía entre las mamás fue automática. Intercambiaron correos, y se han puesto en contacto con otros papás.
La Fundación Margarita Tejada es una gran receptora de nuestra colonia. Y poco a poco lo van siendo ciertos colegios, como Los Chapulines, donde me inicié en la vida escolar, y ahora el Beginners.
Desde que tenemos explicación científica, casi no nos dicen mongolitos. Nos llaman Down. (¿Cuál habrá sido el apodo de los Down en Mongolia?). El doctor Down descubrió que éramos diferentes por un cromosoma extra. La ciencia ahora puede advertir a los papás: les viene un Down, ustedes eligen. Por eso quizá somos menos, pero más felices, a medida que podemos hacer felices a los demás, y no provocarles pena.
La gente normal es chistosa, necesita la mente no solo para comprender, sino además para amar. Ese cromosoma extra tiene sus ventajas. Puedo estar triste y extrañar a mi papá cuando viaja, pero no me deprimo. Mi memoria es sorprendente, al punto de reproducir los diálogos de las películas, pero no almaceno rencores. Tengo el mejor sentido del humor y una fina ironía. ¡Soy un imitador genial! Lo que sigo sin entender es por qué no puedo volar como el águila ni correr como el potro ni nadar bajo el agua como el pez. ¿Acaso los Down no lo podemos todo mediante el amor?

No hay comentarios: