domingo, 1 de mayo de 2011

Ernesto Sábato ya no está en casa (1911-2011)...

Foto: La Jorrnada. 1 Mayo 2011

El mundo hispánico perdió ayer al gran escritor argentino, una de las obligadas referencias de la literatura en español. Nos lega un puñado de libros memorables

Domingo 01 de mayo de 2011 José Vales/ Corresponsal |

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BUENOS AIRES.- En su vetusta casona del barrio bonaerense de Santos Lugares. Allí donde había construido su mundo junto a su inolvidable esposa, Matilde, entre camelias y naranjos, donde solían encontrarlo a menudo escritores noveles o jóvenes buscando una brújula para ubicarse, donde resistía entre el pobrerío material y espiritual (que azota tanto al conourbano como al resto de la humanidad) y a los que combatió con ahínco a lo largo de casi una centuria, allí se apagó la vida del maestro Ernesto Sábato, en la mañana de ayer.

Con Sábato no sólo se va un escritor emblemático, el último de una dinastía compuesta por apellidos como el de Borges, Cortázar y Bioy Casares, entre otros, sino también un argentino apasionado, un defensor a ultranza de la condición humana y contradictorio hombre político. El mismo que había arrancado como militante del Partido Comunista, donde llegó a ocupar el cargo de secretario general de la Federación Juvenil Comunista, para terminar cercano al radicalismo de Raúl Alfonsín.

Sábato tenía la singular particularidad de que sus interlocutores solían referirse a él como “Maestro”, tan convencidos que nadie dudaba de semejante título, por más que uno mantuviera diferencias con el. De las intelectuales, de las políticas o de algunas conductas, como la de haber validado en un principio la dictadura de Jorge Rafael Videla acudiendo junto a Jorge Luis Borges a un almuerzo. Aunque después, pocos intelectuales como él, hayan puesto el pecho, la pluma y su acción no sólo para combatirla, sino para encontrar las pruebas que forzasen a la Justicia a depositar en la cárcel a Videla y sus sucesores junto a su caterva de esbirros en la cárcel.
Su obra literaria está marcada por esa genial trilogía de novelas compuesta por El túnel (1948), Sobre héroes y tumbas (1961) y I (1974). Está última, terriblemente profética, ya que el personaje central es un torturador de esos que dos años después comenzarían a operar en las catacumbas de la dictadura y a las que Sábato luego debió investigar cuando fue nombrado presidente de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP).
Había nacido en la ciudad bonaerense de Rojas (210 kilómetros al norte de Buenos Aires) el 24 de marzo de 1911. En un hogar burgués. Al igual que otros 10 hermanos. Su padre era el dueño de un molino harinero ahí, en el corazón de la Pampa Húmeda, donde, si se cumple su voluntad en vida, será sepultado el lunes. Dos meses antes de su nacimiento había fallecido su hermano de dos años, llamado también Ernesto. Algo que lo marcaría para siempre.
El bachiller lo cursó en el Colegio Nacional de La Plata, donde obtuvo el primer promedio. A la hora de la universidad escogió la física y las matemáticas como carrera, en la que logró doctorarse y la que a la postre (después de pasar varios años en el instituto Curie de París como físico investigador) se convertiría en su “gran desilusión”.
Fue en su adolescencia cuando abrazó el comunismo llevado por las gestas del general Augusto Sandino, los mártires de Chicago y la pérdida de la democracia en Argentina en 1930, que dio lugar a la dictadura de José Evaristo Uriburu, la que obligó a Sábato pasar a la clandestinidad.
Se casa con Matilde Kusminsky, cuando ella tenía tan sólo 19 años y juntos viajan a Moscú, ciudad a la que nunca llegarían. Al menos en ese viaje. Se desvía a París cuando descubre que las purgas de Stalin habían arrancado. Allí conoce al pintor cubano Wilfrido Lamm y a varios de los surrealistas, donde nace su pasión por la pintura, siempre como aficionado, aunque en 1994 se anima a exponer muchos de sus cuadros. Allí, en París, arranca su periplo como novelista con La fuente muda, de la que sólo llegó a publicar algunos capítulos en la mítica Revista Sur de Victoria Ocampo.
Con Matilde tuvo dos hijos: Jorge (quien fue ministro de Educación de Raúl Alfonsín), fallecido en un accidente automovilístico en 1995, y Mario, cineasta y director del documental Ernesto Sábato, mi padre.
Fue en 1943 cuando, junto a la familia, decide refugiarse en una casa precaria de las sierras de Córdoba. “Deseaba vivir en la meditación, afrontar los hechos esenciales de la vida y ver si podía aprender lo que tenía para enseñarme”, contó alguna vez.
De esa paz serrana lo arranca un cargo en la Unesco que lo lleva de vuelta a París. En sus memorias llegó a confesar que fue allí, frente a la orilla del Sena, donde se “me subyugó la tentación del suicidio".
Fue tal vez fue la plástica y la literatura las que lo fueron alejando de esas tentaciones. Por esos años traba amistad con Ocampo y Borges, en largas tertulias filosóficas que acabaron en 1956 por “ásperas diferencias políticas”, reconocería en 1984, en ocasión del deceso del creador de El Aleph..
Dijo siempre que, como escritor, sus intenciones no pasaban más que de publicar El túnel, que en principio no había sido aceptado por los editores. “A nadie le parecía posible que yo me dedicase a la literatura. Me han humillado mucho”, se quejaba.
A El túnel no le siguió una prolífica obra novelística pero sí una muy profunda y contundente que concluyó con La resistencia (1999) y con dos libros de memorias a comienzos de siglo. De sus reconocidos ensayos sobresalen “Uno y el universo”, “Hombres y engranajes”, “El escritor y sus fantasmas” y sus “Apologías y rechazos".
Obtuvo el premio Cervantes y el Menéndez y Pelayo y el Jerusalem. Fue nombrado Caballero de las Letras y las Artes y la Cruz de la Orden de la Legión de Honor, en 1980, y solía estar en los prolegómenos del Nobel..
Ayer falleció en su casa de la calle Severino Langeri, la misma que alguna vez fue el cobijo en el exilio del brasileño Jorge Amado.
Allí pasó la mayor parte de su vida con la humildad de un hombre que abrazó la verdad como filosofía de vida.
Desde el 2002, cuando falleció Matilde, estaba acompañado de Elvira González Fraga, la que ayer tuvo la triste tarea de decir: “Ernesto vivió muy bien porque fue muy querido”.
La mejor manera de decirle a un país huérfano de ejemplos, y que sufre la carencias de intelectuales, que el maestro Sábato ya no esta en casa.

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